Farándula

Farándula

“Sonido de libertad”, filme espiritual que retrata la trata y tráfico de niños

Fuimos con mis padres a ver Sonido de libertad (Sound of freedom) y salimos de la sala del cine conmovidos e impresionados, tanto por el tema de fondo que trata el filme como por la calidad formal de la película. Normalmente, cuando uno escucha alguna recomendación sobre una película cristiana o hecha por un cineasta católico convertido, espera (teme) ver una obra cursi o afectada; es decir, una obra desprovista de naturalidad, sencillez, profundidad conceptual y calidad estética. Obras cinematográficas de este tipo abundan, y por lo menos a mí me resultan pesadas, pues son igual que el sermón de un predicador cristiano que abunda en lugares comunes, infantilismos y frases ya conocidas hasta el cansancio por todos. Felizmente, creo que esta película no es esto. Durante todo lo que dura, el nombre de Dios es pronunciado no más de dos veces (y sólo de manera tangencial) y la trama se desarrolla ajena a cualquier ámbito religioso o espiritual.

   

Lo que me pareció fascinante es que, como todo buen arte, creo que Sonido de libertad está de alguna manera más allá del bien y del mal, en el sentido de que no se empecina en dejar una moraleja a la manera de Esopo o un sermoneador moralista que habla desde un púlpito. Las escenas no muestran exagerados escrúpulos religiosos, como sí muestran en cambio otras películas cristianas (y no cristianas también). Es indudable que la intención final del filme es difundir la lucha contra la trata y tráfico de niños, pero lo que quiero decir es que no para mientes en mostrar imágenes fuertes, desgarradoras y cargadas de un dramatismo que quizás no estarían en una convencional película mojigata cristiana. Su mérito está en que, como toda buena obra de arte, su mensaje debe ser colegido por quien la ve. (Se me viene a la mente Los miserables de Victor Hugo, novela que tiene intenciones moralizantes y éticas muy claras, pero que no por eso deja de ser una obra de arte mayor. Su mensaje debe ser concluido por quien la lee.)

 

 Luego de ver Sonido de libertad, busqué en YouTube una entrevista a Eduardo Verástegui (su productor), y encontré una en la que contó varios aspectos del proceso de producción y rodaje. En principio, se refirió a la cantidad de años que demoró hacer la película. Todo comenzó en 2015 y concluyó en 2023, cuando se lanzó finalmente en las salas de cine. En todo ese tiempo, se presentaron varios contratiempos, desde el rechazo de Disney (que dijo que esa película no respondía a los parámetros de sus producciones), pasando por la escasez de un presupuesto que asegurara toda la producción, hasta la pandemia del coronavirus que azotó al mundo. Cuenta Verástegui que muchos actores rechazaron la propuesta de encarnar a Tim Ballard, el activista que se infiltra en redes de trata y tráfico de niños y finalmente rescata a dos hermanos de las manos de una red de traficantes. Finalmente, quien aceptó la propuesta sin pensarlo mucho, respondiendo con un rápido pulgar arriba en la mensajería de WhatsApp, fue Jim Caviezel, quien interpretara el papel de Jesucristo en la película La pasión de Cristo de 2004.

   La actuación de Caviezel es notable; su semblante, sus movimientos, son los de quien siente realmente la personalidad del personaje que encarna. Otra interpretación sobresaliente es la de la niña que es secuestrada por una red de tratantes: sus expresiones, sus lágrimas, su miedo, resultan naturales y desgarradores. Hay, por otro lado, actuaciones que, para mí, no fueron muy logradas, como la del niño que es hermano de aquella niña. Sus parlamentos tienden a ser forzados, al igual que sus expresiones faciales.

 
 

   El filme ha sido objeto de duras críticas y polémicas protagonizadas sobre todo por grupos ateos y progres, los cuales, al igual que los ultraderechistas, viven en un mundo de noticias falsas, suspicacias y teorías conspirativas. Estos grupos buscaron la paja en el ojo ajeno, buscaron con lupa el menor error, y dijeron, por ejemplo, que la realidad de la trata de niños no se asemeja a la que narra la historia de Sonido de libertad… Pero no se dieron cuenta o no saben que una representación artística es solo una alegoría de un problema complejo y que por motivos de espacio y tiempo no puede retratar con todo detalle los complejos problemas humanos, con todas sus aristas. Sin embargo, toda esta reacción era de esperar, toda vez que el arte que va contracorriente y lo políticamente estandarizado siempre genera incomodidad. Lo lamentable no es eso. Sí lo es, en cambio, que la película se haya politizado desde su mismo lanzamiento y haya sido apropiada por iglesias o sectas religiosas, tal vez con la aquiescencia de su mismo productor, Verástegui (Donald Trump ofreció proyectarla en su club de golf), y digo lamentable porque creo que el buen arte debería volar siempre solo, sin la aceptación por parte de sus creadores de que ningún partido político o religión alguna tenga parte en su promoción. El arte es sólo cuando es independiente de todo padrinazgo político, o sencillamente no es. Cuando acepta la promoción de políticos o cultos religiosos, se desnaturaliza y vuelve una especie de plataforma proselitista, o por lo menos se hace sospechoso serla. Es por eso que en esta reseña yo solo quise comentar el producto artístico (que, reitero, me parece bueno) y nada más.

 

   Pero volvamos a hablar de las cosas positivas. A diferencia de una telenovela mexicana, en la que parecería que se enaltece la infidelidad, la lujuria o la venganza, o de una serie de capos en Netflix, en la que parecería que se glorifica el crimen organizado, la violencia y el dolo, Sonido de libertad deja la sensación de que todavía hay cosas buenas que se pueden hacer en el mundo y de que hay personas que efectivamente las hacen, y que no necesariamente pertenecen al Ejército de los Estados Unidos, ni son científicos de celebridad mundial, ni son magnates del mundo tecnológico, sino que pueden ser un puñado de personas que solo disponen de brazos, piernas, audacia y un buen corazón.

Scroll al inicio