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Albergue Sonrisa, una casa para guerreros contra el cáncer y otros males

A 17 años de su apertura, el albergue Sonrisa sigue arropando la esperanza de decenas de familiares de niños con enfermedades crónicas que llegan al hospital pediátrico Manuel Ascencio Villarroel de Cochabamba para salvarles la vida .

El refugio cobija a padres, abuelos, hermanos y parientes de niños con cáncer, quemaduras y otras patologías críticas que no tienen un lugar donde pasar la noche ni la posibilidad de acceder a alimentos y otros servicios, mientras aguardan que la salud de sus seres queridos mejore.

Este es el caso de Paola Mancilla Céspedes, tía de una niña diagnosticada con leucemia linfoblástica aguda y hermana de otra paciente oncológica que recibe atención en el hospital Viedma.

“Mi hermana y mi sobrina tienen cáncer, por eso nos vinimos el año pasado de Beni a Cochabamba. Cuando llegamos, no teníamos dónde quedarnos y, como no conocemos a nadie, el único lugar donde gracias a Dios pudimos quedarnos fue el albergue”, recordó.

Mancilla comentó que tener un techo para dormir es una bendición tomando en cuenta que casi a diario gasta en medicamentos y otros insumos para aliviar el dolor de su familia.

El albergue funciona en la segundo piso de los ambientes del antiguo hospital Viedma, ubicado en la avenida Aniceto Arce, esquina Oquendo .

“Llegué como caída del cielo, me vine sólo con mi hijo y mis bolsones”, contó Dalia Torrico Mendoza, otra madre que llegó hace dos meses de Trinidad. Indicó que la falta de especialistas y el estado crítico de su niño la obligaron a dejar temporalmente su casa, trabajo y a sus otros tres hijos con parientes.

“Mi niño tiene leucemia. Enterarme fue doloroso. En un inicio no aceptaba, pero con los resultados de laboratorio no me queda nada más que darme ánimos para que él siga el tratamiento”, aseveró.

Con la voz entrecortada, Dalia indicó que lo más complicado de batallar contra el cáncer es conseguir dinero para cumplir con los análisis y movilizarse en busca de remedios en una ciudad desconocida y a altas horas de la noche.

“Un laboratorio me costó 2.500 bolivianos; no sabía de dónde sacar la plata, me comuniqué con mis hermanos y amistades porque soy mamá sola, me han dicho que el tratamiento de mi hijito va a durar dos años”, dijo.

Aunque los tres ambientes que se usan como dormitorio, comedor, cocina y baño lucen deteriorados por el paso del tiempo, los huéspedes lo consideran un “hogar” por el apoyo emocional, espiritual y material que reciben.

“Uno termina aquí por necesidad, no por gusto. Imagínese, ¿dónde se quedarían personas como yo, que venimos de lejos”, cuestionó Susana Torrez Terán, una paciente con cáncer de mama que viaja cada tres meses desde Oruro para cumplir con el tratamiento.

Remarcó que pagar un alquiler por inmediaciones del hospital Viedma no es una opción por los altos costos, y alojarse en Sacaba o Quillacollo implica pagar un taxi para acceder a una de las fichas que se reparte en la madrugada.

Solidaridad

La administradora del albergue, Rosario Ibáñez, informó que cada persona paga solamente 4 bolivianos por día para pasar la noche, disfrutar de un desayuno caliente y una cena.

Puntualizó que el dinero que se recauda se utiliza para comprar carne, verduras y algunos víveres que les permiten aliviar el hambre.

Explicó que, debido a que los pacientes oncológicos cuidan su alimentación, la cocina está habilitada de forma permanente para que los parientes puedan preparar una comida en cualquier momento del día.

Sin embargo, aclaró que el dinero que se recauda no siempre logra cubrir el costo de los alimentos, razón por la que en muchas ocasiones se recurre a la caridad de los voluntarios o la solidaridad de algunas personas que donan ropa, pan, fideos, vituallas o algún artículo. 

“Hay personas que llegan sólo con la ropa llevan puesta; entonces nosotros le damos lo que tenemos para que puedan asearse y cambiarse”, contó.

Si bien la mayoría de los residentes está gran parte del día en los pasillos del hospital o trabajando, a partir de las 17:00 comienzan a llegar al albergue para descansar y compartir aunque sea un pan con té, según verificó Los Tiempos.

Un voluntario, Leonardo de la Torre, indicó que cada día se alberga a un promedio de 16 personas y en ocasiones hasta 30, de acuerdo al último registro realizado en abril.

Recalcó que el apoyo del Club Rotary Tunari Cochabamba hizo posible que el albergue continúe abierto, aunque detrás de tantos años de trabajo existen varias instituciones y voluntarios que pusieron el hombro para ayudar a miles de familias y pacientes.

 

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